Cosas que pasan, curiosidades, imprevistos divertidos. Anécdotas para recordar.
Huíamos de la lluvia, del agua. El cielo estaba cubierto de nubes, la niebla muy baja, y llovía donde queríamos ir. Nos dimos la vuelta.
Buscamos el sol. Y lo encontramos. No importa repetir una ruta, con el tiempo se olvidan algunos detalles, otros cambian, y siempre se descubre algo nuevo.
Lluvia de bellotas. Algo con lo que nunca antes nos habíamos encontrado. Las ves en el suelo y sabes que están ahí porque han caído del árbol, pero... ¿y si cuando están cayendo tú estás justo debajo?
Uau! Parecían bombarderos. Lástima no tener un casco, nos lo hubiéramos puesto. Y puestos a pensar... menos mal que no eran castañas!
Divertido, porque ninguna llegó a darnos en la cabeza, aunque casi... La naturaleza está llena de sorpresas. Un peligro inocente con el que no habíamos contado.
Hace unos diez años hicimos esta ruta por primera vez. Sin más datos que unas breves indicaciones que nos había dado el alcalde y posteriormente su madre.
Hemos leído que han acondicionado el sendero y marcado la ruta. Es el momento de repetirla. Si la hicimos sin señalizar, ahora será más fácil.
Extremamos precauciones, sobre todo al principio, por la humedad del terreno. El camino está limpio de maleza y despejado. Han colocado cables de seguridad y barandilla en los pasos más complicados y un par de paneles informativos que siempre es interesante leer.
Lo cierto es que el acondicionamiento, más que por la ruta hasta la cueva, está pensado como vía de escape de la ferrata de La Hermida. Suben desde la Hermida por la vía ferrata y bajan por el sendero de la Ciloña. Sea como sea, está bien.
Y ahora viene el despiste tonto, por relajación y confianza... La Cueva. Grande, llana, sin peligro... y "catapum" (aquí, "la bellota" fui yo...)
Hice lo que no se debe de hacer, me confié. Cámara en mano me puse a grabar mientras andaba sin mirar al suelo. Del techo de la cueva caen gotas de agua, el suelo es llano, pero lleno de piedras redondeadas y húmedas, y pasó lo que tenía que pasar... tremendo hostión!
Por suerte nada que lamentar más que una bajada muy lenta con rodillera y bastones (que para algo sirven) y una semana de reposo relativo y nada de esfuerzos.
A veces el peligro no está donde lo vemos y extremamos precauciones sino donde nos confiamos.
La bellota viajera
El día antes de la lluvia de bellotas habíamos hecho una ruta por San Miguel de Cornezuelos y los valles de Zamancas y Manzanedo.
Aparcamos el coche bajo unos árboles y al volver yo me metí en el coche corriendo al oír los canicazos de las bellotas que caían sobre el techo.
Por el camino no parábamos de oír un ruido en cada curva. Como un ven y vete de algo que rodaba de un lado a otro. Al llegar a Luena, después de una cerveza en Casa Ramón... la encontramos!
Había una bellota en la ranura del capó!
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